Skip to main content

El aire primaveral de Europa nos recibió cargado de promesas.
Después de meses de preparación, aterrizamos en Milán, Italia, con nuestras bicicletas empacadas y el corazón latiendo al ritmo de la aventura.

Nada de preámbulos: el viaje empezaba aquí, entre idiomas desconocidos, sol brillante y la emoción de saber que cada pedal nos alejaría un poco más de lo cotidiano.

El primer reto: armar las bicis

El Aeropuerto de Malpensa se convirtió en nuestro primer campo de batalla: cajas, herramientas y la adrenalina de ver nuestras bicicletas finalmente liberadas.
Un ajuste, una tuerca floja, un freno rebelde… y de pronto, el primer obstáculo: un problema mecánico en la bici de Andre.
Italia nos daba la bienvenida a su estilo: con desafíos y un buen café para acompañar.

Primeros kilómetros por Lombardía

Cada mañana de bikepacking tiene su magia, pero la primera es pura energía contenida.
Salimos del hotel listos para buscar el repuesto y rodar hacia Monza.
Navegamos por los canales de Navigli, un paisaje que parece salido de una postal renacentista.
Entre talleres, consejos y acentos distintos, la suerte nos llevó a La Stazione delle Biciclette, donde finalmente todo volvió a rodar.

Milán: el primer gran destino

Pedalear entre los adoquines de Milán, esquivando turistas y tranvías, fue un bautizo memorable.
Llegar al Duomo con nuestras bicis cargadas fue la primera gran victoria del viaje.
Una mezcla de orgullo, cansancio y esa certeza de que ya estábamos viviendo algo que quedaría grabado para siempre.

Bérgamo y la felicidad en dos ruedas

El amanecer del segundo día nos llevó hasta Bérgamo, una joya medieval en lo alto de las colinas lombardas.
Celebramos con un helado artesanal, riéndonos del cansancio y soñando con lo que vendría:
700 kilómetros a través de Italia —de Lombardía a Trentino, Veneto y hasta el Adriático.

Postales de Italia

Cada tramo era una postal: ciclovías perfectas, viñedos interminables y pueblos detenidos en el tiempo.
En Mulin Velo, una tienda legendaria, nos recibieron como viejos amigos y sellamos la jornada con pizza y risas.
En esos pequeños encuentros entendimos que la aventura también se trata de las personas que cruzan tu camino.

Verona y Vicenza: donde la historia se mezcla con el polvo

Entre Verona y Vicenza aprendimos el verdadero significado del término “arenilla de la muerte”.
Tramos duros, sol intenso y un viento que ponía a prueba la paciencia.
Pero también fue donde más reímos, donde más sentimos el viaje.

El encuentro con el mar Adriático

Después de días de pedaleo, el horizonte se abrió en azul.
Caorle, pequeño pueblo costero, nos regaló uno de esos momentos que no se olvidan: las bicis junto al mar, el sonido del viento y la certeza de haber llegado.
Dejamos que la brisa salada nos recordara que cada kilómetro cuenta.

Giro, Gorizia y el cierre perfecto

El último tramo fue puro impulso: Gorizia, en la frontera italo-eslovena, y la suerte de coincidir con el Giro de Italia.
Ver pasar a los ciclistas del World Tour, a solo unos metros, fue como cerrar un círculo:
habíamos pedaleado por las mismas rutas, respirado la misma montaña, sentido el mismo fuego.

Brindamos por la vida, por la amistad y por la certeza de que lo vivido era apenas el comienzo.

Leave a Reply